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Era tarde cuando salí a buscarte, mucho más de lo que pretendía, ya que al final me liaron. Hacía bastante frío y me moría de ganas de arroparme con el edredón, pero varios kilómetros me separaban de mi cama.

Me senté en el bordillo de siempre y empecé a soñar con tu llegada. Miré el móvil por si tenía alguna notificación, aunque no eres de muchas palabras. Tú también habías salido, como siempre, porque a nadie le gusta tanto la noche de Madrid como a ti. Habías prometido venir a recogerme y esta vez tampoco fallaste a tu palabra.

Llegaste puntual con una sonrisa. Impoluto, me abriste la puerta, me llevaste volando sobre el asfalto oscuro, con tus alas planeando entre farolas, y me dejaste en mi rama favorita: casa.

Antes de bajarme, te deseé una feliz noche y me despedí hasta la próxima ocasión en la que volviese a confiar en el animal más sabio de la Tierra, en vez de conducir bajo los efectos del alcohol y del sueño.

Nos vemos pronto, búho.